Mucho se espera siempre cuando Clint Eastwood se pone al frente de la realización de cualquier producción. Si se cuenta con un texto muy cinematográfico (‘El factor humano’ de John Carlin), unos actores entregados (especialmente su protagonista, verdadero artífice del film) y una experiencia dilatada y solvente, uno espera siempre lo mejor. Y lo cierto es que Eastwood demuestra en ‘Invictus’ que es un gran narrador. Construye una película bien contada de principio a fin. Aunque, parece que en esta ocasión se ablandó demasiado (la edad no debería ser la excusa tras ‘Gran Torino), y no tomó el pulso con la suficiente fuerza para imponer su estilo y profundizar en este relato sobre el cambio político y social de Sudáfrica.
Un impresionante Morgan Freeman, en uno de esos papeles que huelen a Oscar y un correcto Matt Damon, no son suficientes argumentos para alcanzar la brillantez que hasta ahora nos tenía acostumbrados Eastwood. Eso sí, la película entretiene y, en algunos momentos de brillantez, emociona.
Lo más elogiable del film, tras pasar de soslayo, de puntillas y sin mirar a los lados por un tema que hubiese dado (y quizás lo necesitaba) para mucho más, es el enorme trabajo de Freeman. Un actor veterano, curtido y parece que muy inspirado, que ha volcado todo su talento (y esfuerzo durante años en conseguir llevar a su personaje al cine) en convertirse en un verdadero y creíble Nelson Mandela. De hecho, ‘Invictus’ es casi sólo eso: Mandela/Freeman. Una película construida para el lucimiento del actor, que acaba siendo la personalidad que más sobresale. Algo que no debería sorprender pero que sí lo hace cuando detrás de las cámaras está nada menos que Clint Eastwood.
Un Nelson Mandela que, tras ser liberado de su larga reclusión política en la cárcel, se hace con el poder de Sudáfrica en un momento en el que la separación entre blancos y negros, es total y peligrosa. Su único objetivo es lograr una cohesión pacífica, una unión social que se intuye casi imposible pero que, gracias a su habilidad y su saber ganarse a los demás, intenta conseguir gracias al deporte. Y en concreto a los Springboks, que es como se conoce a la selección nacional sudafricana de rugby.
Con la responsabilidad de celebrar el mundial de naciones, Mandela encuentra en la pasión por el deporte el camino épico para que el pueblo recupere la ilusión y se limen las asperezas. Para ello, cuenta con la inestimable ayuda del capitán de la selección, interpretada por Matt Damon, al que le insufla el valor de la victoria como verdadero camino para lograr esa esperada unión.
Sobresaliente, como digo, el trabajo de Freeman, que se transforma con brillantez el Mandela: gestos, movimientos, dicción… algo tan exquisitamente trabajado que resulta una gran opción para el Oscar (y también por interpretar a un personaje tan entrañable, todo un Premio Nóbel de la Paz).
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