domingo, 1 de diciembre de 2013

CRITICA: PIRATES OF THE CARIBBEAN: THE CURSE OF THE BLACK PEARL

Hay géneros que se encontraban en extinción y que desde principios de los 90 Hollywood ha intentado resucitar con diverso éxito, en parte gracias a la escasez de ideas reinantes. Tanto el Western, los filmes de guerra, el Peplum como las películas de piratas habían desaparecido de las pantallas hacía mucho tiempo. Y posiblemente el film que diera el puntapie inicial fuera Gladiator (2000), el que demostraría que un género viejo, con buenos efectos especiales y un director competente, podía ser rescatado de las arenas del tiempo.
Los filmes de piratas tuvieron su auge entre las decadas del 40 y el 60. Desde ese entonces, Intentos intermedios de reflotarlo habían perecido como horrendos fracasos, en especial Piratas (1985) de Roman Polanski o la terrible La Pirata (1995) de Renny Harlin. Sorpresivamente a principios del nuevo milenio el imperio Disney - en otro caso más que evidente de reciclaje de ideas - comenzó a probar suerte con producir filmes basados en los parques temáticos que componen Disneyworld, idea extraña si las hay. Y para ello recurrió a los servicios del productor Jerry Bruckheimer, el rey del cine lobotomizado de acción y el responsable tras títulos tales como The Rock, Armageddon o Pearl Harbor; todas peliculitas que abundan en explosiones y efectos especiales pero dotadas de guiones atroces y pésimos directores.

El resultado de esta alianza fue Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra, que terminó por convertirse en un fenomenal blockbuster y que dispararía dos secuelas, una más taquillera que la otra, ubicándose entre los 20 títulos más exitosos en el box office de toda la historia (compitiendo con Titanic y las trilogías de Star Wars y El Señor de los Anillos). Sin dudas fue un bombazo que tomó por sorpresa a todos.

El éxito de Piratas del Caribe consiste en mezclar dos géneros: el de piratas con el cine fantástico, y condimentarlo todo con abundante comedia. Estos dos ultimos elementos son los que terminaron por cautivar a millones de espectadores, y lo convirtió en un film de culto. Es obvio que para que ello funcione precisa un guión aceitado, una buena dirección y un gran casting; y Piratas del Caribe los posee en las medidas justas.

El modelo obvio del film es sin lugar a dudas The Crimson Pirate (1952), ese gran clásico adelantado a su tiempo con Burt Lancaster. Hay numerosas ideas que toma directamente (o bien termina por parodiar) de dicha película: desde los discursos pomposos de Lancaster, los vuelos aéreos en soga sobre las inmensas velas de los barcos, y el tono en solfa de todo el film (incluso en alguna de las secuelas se roba la secuencia entera en que los piratas huyen, con un bote dado vuelta y usado como campana de oxígeno, por el fondo del mar). A esto le añade toda la historia de la maldición que pesa sobre los piratas, los que los transforma en un ejército de muertos vivos al estilo de El Ejercito de las Tinieblas. Pero nada de esto funcionaría si el film no se las ingeniara para crear una troupe compacta de caracteres disfrutables, desde la tierna pero práctica Elizabeth, los piratas malvados pero torpes, los piratas buenos y aún más torpes, el genial villano del capitán Barbossa.o ese constante ladrón de escenas que es Jack Sparrow, que Deep compuso inspirándose en un Keith Richards demasiado trasnochado. El único que no funciona (al menos en este film) es Orlando Bloom, que es opacado por cualquiera de ellos en todas sus escenas.
Pero es en realidad la simpatía de los personajes lo que hacer funcionar a la película. Si uno se atiene a cada uno de los detalles, el guión es extremadamente complicado y suele meterse en un callejón sin salida tras otro, creando situaciones imposibles e inventando escapes improbables. Nunca queda debidamente claro por qué se precisa la sangre de Will Turner (ni por qué Sparrow se convierte sobre la hora en un muerto vivo), y todas las artimañas de Sparrow con los piratas, Will y la milicia inglesa vienen medio traídos de los pelos. Si no fuera por el carisma de los caracteres (y si tuviera otro director) la película habría caido inmediatamente en el ridículo y la incredulidad. Es algo similar a lo que ocurre cuando uno imagina qué hubiera sido de toda la saga de Arma Mortal sin Danny Glover y Mel Gibson al frente.

La Disney probaría suerte con la mísma línea, adaptando The Haunted Mansion ese mismo año, con resultados mucho más pobres. La misma troupe volvería en dos improbables secuelas: la disfrutable El Cofre del Hombre Muerto (2006) y la mediocre conclusión En El Fin del Mundo (2007)

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