domingo, 24 de noviembre de 2013

Critica: GHOST RIDER

La noción de ridículo va intrínsecamente ligada a la noción de la "suspensión de la credibilidad". Si uno piensa en ciertas premisas básicas de las historias particulares de los super héroes, no cabe la menor duda que son infantiles, cursis o decididamente idiotas. Decir que un tipo se disfraza todas las noches de murciélago para pelear con criminales en vez de disfrutar los millones de su fortuna personal, o que un hombre calzado con mallita azul y capa roja puede levantar edificios enteros y volar son ideas absurdas que sólo el público termina por comprar cuando se les da cierta carnadura. Y eso sólo se logra creando cierta mitología acerca del personaje, donde los particulares usos y costumbres de cada historia le dan visos de credibilidad y rasgos de aceptación en el público.
Todo lo cual no significa que haya superhéroes idiotas. Hay conceptos mal pergueñados de nacimiento, y que precisan directores y creativos de mucho talento para que resulten medianamente potables. Quizás será que en el panteón de los superhéroes todas las ideas buenas y posibles acerca de sus orígenes y características ya están tomadas, con lo cual los héroes de los últimos años empiezan a tener historias de background realmente bizarras.

Ghost Rider es un comic nacido en 1972, en una época en que la Marvel estaba en veda de ideas, y simplemente explotaba un filón exploitation tomando prestados conceptos del cine. Si Shaft era un héroe negro, Blade era un cazavampiros negro. Y si hubo un Easy Rider, debía haber un Ghost Rider. En realidad la Marvel reciclaba un viejo comic de los 40 llamado Phantom Rider, con una idea similar pero desarrollada en el Oeste (y cuyo ejemplo en el film es el personaje de Sam Elliott). Lo que hizo en los setentas es adaptarlo de modo fashion al gusto del público adolescente que había tomado de modelo a las aventuras motoqueras de Peter Fonda en el film clásico de Dennis Hopper.

Pero Ghost Rider, tal como se ve en el film, demuestra ser un concepto ridículo. Es una imagen genial para los posters que los adolescentes cuelgan en las paredes de sus dormitorios, pero como historia carece de profundidad, y ni siquiera tiene los toques personales que la Marvel suele dar a sus personajes. En general todos los superhéroes envueltos en luchas metafísicas entre el cielo y el infierno no tienen historias muy inteligentes detrás. Quizás tenga que ver esto con que lo único que hacen los guionistas es armar un pastiche para insertar un héroe en una mitología religiosa preexistente, antes de crear una propia totalmente desde cero. Con lo cual se plantean varias incoherencias como, por ejemplo, que los héroes se queden con los poderes que les han dado el cielo (o el infierno) para combatir a éstos, algo ridículo que se resuelve directamente quitando los mismos al poseedor ya que son prestados. El otro tema es que el campo de batalla es enorme (todo el planeta) pero el Diablo / Dios insiste en combatir a su agente renegado en un pueblito o ciudad determinados. Si bien Ghost Rider es una historieta relativamente vieja, es la última en llegar con esta idea a la pantalla grande - antes tuvieron su oportunidad Spawn y Constantine -, y lo que hace el filme de Mark Steven Johnson (el mismo director blando detrás de Daredevil) no es más que reciclar clisés de estas películas, que ya de por sí eran mediocres. Sólo hay tres personajes que funcionan: el Motorista Fantasma (en acción), el viejo Jinete Fantasma, y el Diablo. Mientras que Ghost Rider es un CGI, el Jinete y Mefistófeles están encarnados por veteranos en su género como Sam Elliott (Western) y Peter Fonda, que a esta altura ha mamado hasta el hartazgo todo lo que su figura de culto pudo haberle dado en 40 años desde Easy Rider. Son los únicos actores que parecen vivos en pantalla. Pero el resto es soporífero. Nicolas Cage con una peluca a lo Moe Howard y un look bulímico es risible, sin carisma y sin misterio, y todo su asunto romántico con Eva Mendez es una pérdida descomunal de tiempo. Blackheart es un vulgar villano de stock, y toda la trama es pura rutina. Por supuesto cuando el Motorista aparece prendido fuego, volando por los edificios y arrasando calles enteras con su moto las cosas se animan, pero uno hubiera deseado que el personaje hubiera resultado más interesante - sin ir más lejos, si la historia hubiera sido en el Oeste y con Sam Elliott como protagonista, podría haber funcionado mejor -. Pero salvo esas escenas de acción, el film tiene menos consistencia que una hamburguesa.

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