sábado, 30 de noviembre de 2013

Critica: GODZILLA

Godzilla (1998)Hablemos de Godzilla, un favorito de esta sección. El gigante radiactivo nació en 1954, en una época en donde los japoneses solían imitar los pasos del cine fantástico norteamericano. Así fue como los nipones se despacharon con versiones locales de invasiones alienígenas a la Tierra, monstruos babosos, planetas en trayectoria de colisión total... y criaturas gigantes antediluvianas. En el caso que nos ocupa, Godzilla no era más que el reciclado criollo deThe Beast from 20,000 Fathoms (1953); pero el monstruo terminó tomando un cariz mucho más serio cuando el libreto le asignaba su origen a la radiación surgida por el bombardeo atómico de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial. De ese modo la pavada pasatista de un tipo enfundado en un traje de goma aplastando maquetas de cartón terminó por convertirse en una amarga alegoría sobre la pesadilla de la guerra, un recuerdo demasiado fresco y doloroso para toda la nación japonesa. Como una especie de catarsis colectiva, la gente acudió en masa a ver el filme de 1954, convirtiéndolo en un enorme suceso y dándole una resonancia que sirvió para abrirle los mercados internacionales a la cinematografía nipona.
El problema es que, después de 1954, sus creadores - los estudios Toho - no supieron muy bien cómo seguir. La secuela de 1955 Godzilla Raids Again no convenció a nadie - aún cuando era un buen filme -, simplemente porque el estudio quiso vender demasiado pronto la idea de Godzilla como entretenimiento pochoclero. La Toho tuvo que deja pasar 8 años como para que la gente olvidara la solemnidad y amargura del primer filme, e incluso intentó reciclar al gigante verde como una especie de espíritu nacional que se iba a tomar la revancha contra los yanquis al enfrentarlo contra el norteamericano King Kong en 1962. Y a partir de allí toda la serie se desvirtuó, convirtiéndose en el carnaval colorinche que todos conocemos - infestándose de naves de papel maché, monstruos ridículos, e invasores alienígenas mal vestidos y sospechosamente parecidos a los japoneses -.

Pero para los 90 la serie venía a los tumbos en la taquilla. La Toho daba muestras de agotamiento creativo y, lo que es peor, daba la sensación de que el público estaba hastiado del kaiju eiga. Eran otras épocas y otros espectadores. Para colmo la Daiei había resucitado a Gamera y se habían despachado con un trilogía que le daba una paliza sideral a la gran G, destronando a Godzilla como héroe de la taquilla y hasta de la crítica - al día de hoy, la trilogía de filmes de la tortuga gigante rodados por Shusuke Kaneko son considerados lo máximo del kaiju eiga -. Con baja autoestima la Toho decidió matar a Godzilla (ugh!) en Godzilla vs Destructor (1995), y esperó que la movida sirviera para refrescar el interés en la saga. En el interín le puso el cartelito de "Se Alquila" a la franquicia y apareció la gente de la Sony / Columbia interesada en arrendarla. Pero se trataba de un proyecto complicado de adaptar - a final de cuentas el género de monstruos gigantes habían pasado de moda hacía 40 años, y el único país en donde le gustaban ese tipo de películas era Japón -, lo cual devino en un desfile constante de creativos que vinieron, vieron, renegaron y se fueron. Los nombres van desde Fred Dekker (responsable de Robocop 3, y que fuera el iniciador de la idea de la versión norteamericana; incluso su idea era hacer algo más fiel a la visión original japonesa, ya que quería algo de bajo presupuesto y con un tipo enfundado en un traje de goma), hasta James Cameron y Jan de Bont, quienes pensaron en animatronics y otros efectos prácticos del especialista Stan Winston. Como sea, nadie parecía demasiado convencido de cómo seguir con el proyecto... hasta que Dia de la Independencia reventó la taquilla en 1996 y convenció al estudio que debian darle la posta a la dupla de Roland Emmerich y Dean Devlin. La macana es que el dúo - que venía cebado con el éxito y los millones - decidió despacharse con una atrocidad que fue lapidada por la crítica y no convenció ni a los neófitos ni a los fans de toda la vida del gigante verde.



Debo admitir que durante años he calificado a la Godzilla de Emmerich como un esperpento indigerible... pero, por otra parte, si uno ve en perspectiva las decenas de filmes japoneses que engendró la Toho antes de esto, uno se ve obligado a aceptar que lo de Emmerich no es ni por asomo lo peor de la saga. Godzilla no es precisamente Shakespeare sino una saga de peliculas mayormente horrendas que nos deleitan por su propia decadencia. En todo caso lo que se le puede recriminar a Emmerich Devlin y Cía es que fueron incapaces de generar algo mejor que su fuente de origen. Cambiaron una mediocridad divertida por otra que se toma demasiado en serio a sí misma, y la infestaron de personajes y diálogos miserables. Tampoco supieron entender el género, ya que cuando hay un único monstruo hay que a) darle algún tipo de sentido alegórico y b) generarle algún tipo de personalidad, con actitudes enigmáticas y gestos de sorprendente inteligencia (curiosamente todo esto lo entendió a la perfección J.J. Abrams con Cloverfield, la cual funciona como una revisión mucho más adulta y americanizada de Godzilla). Todo eso se ha perdido en la traslación, con lo cual lo que tenemos es un CGI gigante y anónimo que sirve para que Emmerich se despache con un puñado de escenas spielberianas, como el monstruo arrastrando a las profundidades del océano a tres barcos pesqueros, o persiguiendo a un ingenuo pescador a través de un muelle que va arrasando a su paso. Mientras que en el apartado acción la Godzilla de Emmerich se luce a manos llenas, por otra parte el monstruo carece de personalidad y hasta de interés por parte del público (uno ni lo ama ni lo odia!).

Que el monstruo no tenga personalidad o no tenga subtexto no es, de por sí, un tema tan grave; en todo caso, los peores pecados de la película pasan por los personajes y por algunas ocurrencias del libreto, los cuales son subrayadamente imbéciles. Ya que el monstruo no habla - gracias a Dios -, debe haber algún personaje que logre descifrar sus motivos y su conducta, y que se los traduzca en palabras al público. Aquí ese papel le corresponde a Matthew Broderick, quien se la pasa vomitando datos sin demasiada convicción y que, para colmo, tiene la ocurrencia de hacerle un Eva Test a Godzi, el cual da positivo (wtf!). Mientras el 99% del público intenta adivinar quién se la mandó guardar a Godzilla, descubrimos que G es hermafrodita y que ha ido a Nueva York a depositar sus huevos... los mismos que habría que amputarle a Dean Devlin por ocurrírsele semejantes estupideces. No conforme con estas ocurrencias, Devlin continua con su sarta de abominaciones, las cuales pasan por los horrendos personajes que surgen de su coco: la periodista cretina y egoista que le roba datos e identificaciones a medio mundo con tal de hacerse famosa; la dupla del camarógrafo y su esposa, los cuales están más preocupados por su estúpida vida personal que por la aparición de un monstruo de 100 metros de altura en el patio de su casa; el insípido protagonista, el cual no hace nada memorable ni heroico; el afectado espía francés, que sólo sabe escupir protestas por la mala comida norteamericana; y - por lejos, el peor de todos - el aberrante alcalde de la ciudad, una malísima parodia del critico de cine Roger Ebert (y su compañero de entonces, Gene Siskel) cuyos parlamentos son tan graciosos como una vasectomía sin anestesia.

Precisamente por el lado de los personajes es que pasa el aspecto más indignante de Godzilla 1998. Una cosa es indicar con sutileza que el director (y el guionista) no se toman en serio la idea de una iguana mutante de cien metros de altura, y otra cosa es subrayarlo con abominables exageraciones. El otro punto que también me molesta es que la responsabilidad del origen atómico de Godzilla ahora recae en los franceses... cuando en el original fueron los norteamericanos e, históricamente, los yanquis han hecho muchisimas más pruebas nucleares que los galos. ¿Qué? ¿Ahora nos disfrazamos de ecologistas?.

Godzilla 1998 sólo es digerible gracias a las inspiradas secuencias de acción montadas por Emmerich; cuando llega el turno de los personajes, déle sin asco al fast forward. Horrendos personajes, diálogos espantosos, y el inicio del suicidio artístico de Matthew Broderick - que tenía una impecable carrera hasta ese entonces - empañan los impecables méritos técnicos de un filme que podía haber funcionado muchísimo mejor con otro libretista. La única esperanza que nos queda es ver qué hacen con el personaje en el reboot norteamericano que está preparando para el 2014... el que espero que no se trate de otro aborto como éste.

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