Sleepy Hollow (El Hueco Durmiente) es un pequeño cuento que data de 1820 y que fuera escrito por Washington Irving. Allí narraba una pequeña anécdota en donde un supersticioso maestro de escuela iba a pedirle la mano a la hija del ricachón del pueblo y, en medio de la fiesta, comenzaba a escuchar historias sobre el Jinete sin Cabeza, una leyenda local sobre un fantasma que asolaba el pueblo por las noches. Al fracasar con el pedido de mano, el maestro volvía para su casa, sólo para toparse con el espanto, el cual lo perseguía por toda la localidad. El cuento sugería que el jinete no era más que otro pretendiente de la ricachona, el cual había aprovechado la ocasión para darle un susto de muerte al crédulo y, de paso, allanarse el camino hacia su compromiso con la chica. Lo cierto es que, al día siguiente, del maestro no se tenían más noticias y lo único que quedaban eran sus ropas y su caballo, quedando la duda de si huyó por temor o fué realmente atacado por un espíritu procedente del mismo Infierno.
Aún cuando fuera un relato bastante zonzo, Sleepy Hollow probó ser popular, especialmente porque era uno de los primeros y escasos ejemplos de una literatura de terror autóctona norteamericana - a final de cuentas, el género de horror siempre se lo ha considerado europeo debido a la existencia de una arraigada cultura católica que hablaba de ángeles y demonios, creencias que después terminaron de licuarse con las numerosas leyendas locales que abundaban en toda Europa, y que dieron origen a toda una nueva subcultura creada por autores de ficción, los cuales combinaron lo más estridente de ambos mundos (¿recuerdan a Drácula siendo combatido con agua bendita y cruces católicas?), amén de que los excesos cometidos en tiempos de fanatismo (como la sangrienta Inquisición) propagaron los horrores que el propio ser humano podía cometer en nombre de la benemérita santidad de la Iglesia -. Lo cierto es que el cuento recibió varios tratamientos en el cine, siendo el mas recordado la versión animada de la Disney de 1949. A principios de los 90 el relato volvió a la palestra de Hollywood cuando el especialista en efectos especiales Kevin Yagher se puso a elaborar un tratamiento sobre el tema en companía de Andrew Kevin Walker, el cual fue presentado a varios estudios sin que obtuvieran algún tipo de respuesta positiva. Claro, las cosas tomaron un vuelo tremendo cuando Walker se convirtió en el guionista hot del momento gracias a su impresionante libreto de Se7en - Pecados Capitales (1995), amén de que el cine de terror estaba queriendo pegar la vuelta a finales de los años 90s. Fue en ese entonces que se sumó Tim Burton, el cual venía de la pesadilla provocada por el hell development de la fallida película Superman Reborn, un proyecto agotador que nunca había podido remontar vuelo. En poco tiempo Burton logró pulir su propia versión del libreto y se puso a montar esta puesta en escena, la cual difiere enormemente del relato original pero posee una enorme cantidad de méritos que son disfrutables por su propio peso.
En sí, La Leyenda del Jinete Sin Cabeza se parece más a una versión modernosa de Sherlock Holmes - de esas que siempre han querido aggiornar al detective, emparentándolo contra una amenaza de origen sobrenatural (y una receta que aplicó con éxito el mismo Guy Ritchie en su versión para la pantalla grande del personaje) - que al relato original. Desapareció el maestro supersticioso y lo suplantaron con un detective científico lleno de mañas. Ciertamente la interpretación de Johnny Depp al principio resulta chocante - es demasiado payasesco - pero pronto se transforma en un sabor adquirido. Y es que las boberías de Depp son las que les dan sabor al relato, sea haciendole autopsias a cadáveres demasiado jugosos que escupen sangre, o metiendo la mano en el hueco de un árbol de aspecto revulsivo. Mientras que Depp transforma todo esto en una comedia con toques de terror, por el otro lado la trama abunda en agujeros de lógica. El super detective científico pronto demuestra ser incapaz de llegar a algún lado a través de la ciencia y, en menos de cinco minutos, se transforma en el más foribundo de los crédulos. La secuencia en donde deduce que alguien tiene la cabeza del jinete y la utiliza para manipularlo es muy traída de los pelos.
Si uno saca la puesta en escena de Burton, verá que La Leyenda del Jinete Sin Cabeza es una historia con muchos problemas de tono y continuidad. La conspiración no siempre se entiende, el jinete ataca a cualquiera menos al detective (que es su principal amenaza), y nunca nadie se pregunta demasiado porqué la mayoría de toda esta gente practica la magia, sea blanca o negra - y eso que hablamos de comunidades pequeñas y extremadamente conservadoras -. Todos esos problemas son superados con el gran estilo de Burton, sea la fotografía desaturada de colores, el formidable diseño de arte, la ferocidad de los ataques del jinete, el notable elenco, o la brillante partitura de Danny Elfman. Saquen eso y verán que la historia hace agua.
La Leyenda del Jinete Sin Cabeza es, hasta ahora, la última gran obra de Tim Burton - le podemos sumar El Cadáver de la Novia en el apartado de animación -. Después el maestro caería en una espiral de agotamiento creativo, copiándose a sí mismo (y de manera poco inspirada), o metiéndose en terrenos nuevos con resultados poco felices. Sí, la taquilla le ha sonreído, pero sus últimas obras ni por asomo están a la altura de un Batman o un El Joven Manos de Tijera; y aunque La Leyenda del Jinete Sin Cabeza no es un clásico, definitivamente posee una energía envidiable que la transforma en un gran espectáculo, aún cuando su historia de fondo presente problemas importantes de lógica. He aquí un ejemplo en donde un director triunfa sobre la calidad del material, magnificando sus virtudes hasta el punto de hacernos olvidar todas sus debilidades.
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