Es por eso que mis expectativas eran bajas cuando escuché el rumor de que iban a rodar El Hobbit. Las expectativas bajaron mucho más cuando se desparramó la noticia que el libro - un modesto relato infantil de unas 350 hojas - iba a transformarse en una gigantesca historia épica que abarcaría tres filmes y más de 10 horas de metraje. Uno se da cuenta de que los números no dan cuando uno piensa que la trilogía de El Señor de los Anillos se basaba en tres libros (cada uno de ellos, grueso como una Biblia), y que ahora se van a rodar tres películas basadas en una novela que apenas llega al grosor del Nuevo Testamento. Si bien es cierto que las buenas historias necesitan oxigeno para desarrollarse como corresponde, también es cierto que existe el límite de lo tolerable, pasado el cual uno empieza a despachar verdura de manera salvaje como para poder rellenar 3 filmes de 3 horas cada uno.
Esos problemas de estructura están presentes en el primer filme de esta saga de precuelas, al cual han llamado El Hobbit: Un Viaje Inesperado. La primera hora es larga e innecesaria, y todo lo que ocurre en ella bien podría haberse condensado en diez minutos. Hay una cena en donde Bilbo conoce a los enanos, la cual dura unos eternos 45 minutos. Lo que sigue también es largo, aunque algo más ameno: hay una catarata de cameos - viejos conocidos de la trilogía del Anillo que regresan, aunque en versiones mas jóvenes ya que esto es una precuela - que parecen insertados de manera forzada. Admito no haber leído el libro, y sólo me guío por lo que veo aquí por primera vez (y hasta es posible que en el relato original se mencionaran a dichos personajes); pero, por otra parte, me parece que el libreto insiste en dichas apariciones como una especie de guiño para los fans, amén de intentar validar desesperadamente el abolengo de El Hobbit: Un Viaje Inesperado como digno integrante de la saga. Mientras que en las precuelas de Star Wars la presencia de caracteres conocidos sólo servía para recordar la mediocridad del filme que estábamos viendo, acá tiene el agradable sabor del reencuentro (gracias, Quilmes!) con viejos amigos. Eso no quita que algunos cameos no resulten todo lo felices que debieran: las intervenciones de Hugo Weaving (Elrond) y Christopher Lee (Saruman) resultan vulgares, demasiado relajadas, despojadas de la solemnidad que siempre acompañó a dichos personajes. Eso no quita que Ian McKellen o Cate Blanchett siguen manteniendo su carisma intacto; y, en cuanto al Gollum, éste merece un párrafo aparte; no sólo se roba todas las escenas en las que aparece, sino que destila locura y malignidad como nunca antes se lo vió en toda la saga.
Cuando uno supera la etapa de los cameos termina por meterse de lleno en la historia, con lo cual el filme realmente arranca como corresponde a la mitad de su proyección. Hasta ese entonces la película se ha extendido en tridimensionalizar personajes y presentar viejos amigotes de la saga, amén de abrir un puñado de subtramas que resultan insatisfactorias - como las rispideces entre elfos y enanos, o la aparición de un mago oscuro en el bosque - ya que quedan inconclusas al final de la película. Pero cuando la aventura comienza, lo hace en gran forma. Y, en medio de ella, hay dos personajes que destacan enormemente. Por un lado tenemos a Thorin, el rey de los enanos - encarnado con gusto por Richard Armitage -, el que posee la misma carga trágica que tenía Aragorn en la trilogía original (ahora vive en el destierro y la única razón de su existencia es recuperar la antigua ciudad de Erebor para devolvérsela a su pueblo); pero Thorin es mas orgulloso y venal, razón por la cual no escucha a nadie y comete más errores que el rey de Gondor. Y por otro lado está el hobbit Bilbo, el que empieza siendo un pavote y después se transforma en un auténtico héroe de armas tomar - éste no es el lloricoso Frodo, atormentado por los retos que le impuso el destino, sino un hobbit que se enfrenta a orcos y huargos de igual a igual, aunque más por desesperación que por valentía -. Aún cuando nunca me gustó Martin Freeman como intérprete, debo admitir que su perfomance aquí es notable: comienza como un bufón, pero después se transforma en un héroe impensado y, sobre todo, un individuo que transpira inteligencia y nobleza. Cuando se enfrenta a Gollum en un duelo de adivinanzas - de cuyo resultado depende su vida -, el rostro de Freeman transparenta tanto su nerviosismo como su sagacidad, pudiendo ver como funcionan a toda velocidad los mecanismos de su cerebro en encontrar las respuestas. Desde ya su Bilbo es por lejos el mejor personaje hobbit de toda la franquicia.
El Hobbit: Un Viaje Inesperado es dispar. Precisaba un editor sin prejuicios, dispuesto a rebanar el 50% del filme para hacerlo más ágil y ameno. Cuando el libreto logra hacer foco en la historia principal - la travesía hasta la ciudad de los enanos en donde mora el dragón gigante -, se convierte en una pasada de aquellas. Hay combates masivos, la adrenalina sube a niveles estratosféricos, y hay secuencias que rebosan emoción - como el enfrentamiento final entre Thorin y Azog -; pero, por otra parte, es un filme demasiado indulgente consigo mismo, rebosante de relleno innecesario y engolosinado con la riqueza natural de sus personajes, al punto de transformarse en algo parecido a un reality - es como ver 5 horas de Gandalf tomando mate, o una jornada entera de Bilbo yendo al baño -. Los personajes fascinantes precisan historias a su altura y El Hobbit: Un Viaje Inesperado la provee... con más de una hora de retraso. Ello termina por quitarle méritos a un filme que tiene abundantes virtudes, pero entre las cuales el poder de condensación brilla por su ausencia.
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