viernes, 22 de noviembre de 2013

Critica de Blade II

Esta es la primer secuela de Blade (1998). Ya hemos comentado sobre los orígenes del personaje en la reseña de Blade: Trinity. Blade era un personaje menor de la Marvel que sirvió como prueba piloto de toda una nueva camada de adaptaciones a la pantalla grande de comics de la conocida editora. El suceso de Blade terminaría por ser la cabeza de playa de toda una larga serie de films producidos entre la Marvel y los estudios, como Hulk, Spiderman, Daredevil, XMen y un largo etcétera.
Es obvio que Blade no era una apuesta arriesgada. Al contrario de de otros personajes canónicos de la Marvel, muchos espectadores recién se enteraron al ver el film que se trataba de un super héroe de comic, con lo cual esto permitió a los realizadores trabajar con mayor libertad a la hora de plantear los guiones y encausar el proyecto. Muy diferente hubiera sido arrancar con Spiderman, de quien todos conocemos la historia y los villanos, y que el mismo hubiera terminado en fracaso.

Mientras que el primer film estaba correcto pero no era demasiado trascendente, Blade II es una vorágine de acción espectacular. Eso no significa que sea una obra maestra, pero es una formidable sobredosis de adrenalina que transforma a la película en un entretenimiento excelente. El mérito de Blade II se basa en Guillermo del Toro, un cineasta mexicano que había dado pruebas de su gusto por el cine fantástico con Cronos (1993) y que después se pasaría a Hollywood con la correcta Mimic (1997). Pero el gran destape de del Toro se produciría en el comienzo del nuevo milenio, con la española El Espinazo del Diablo (2001), Blade II (2002) y la excelente Hellboy (2004). Todo este pedigree lo llevaría a ser candidato de encargarse del proyecto de precuelas de El Señor de los Anillos (concretamente de dos filmes basados en la novela El Hobbit), algo que parece firme hasta ahora.

Las secuencias de acción son formidables; es obvio que del Toro ha estudiado Matrix, y se ha despachado con algunas recetas propias. A la hora de las peleas y balaceras, el film entra en una modalidad hiper kinética fabulosa, que no sólo asombra sino que permite seguir el transcurso de la acción perfectamente - al contrario de Michael Bay y otros realizadores que utilizan cámara en movimiento de manera desquiciada y mareante -. No sólo del Toro logra que la acción sea elegante y novedosa, sino que contribuye a generar todo un clima gótico futurista que realza a la historia. Es una excelente atmósfera de comic.

No todo el guión cuaja bien con la primera entrega, en especial la subtrama del secuestro de Whistler que parece un emparche rápido y es velozmente olvidado en los primeros minutos del film. No importa. Cuando Nomak aparece en escena y comienza a producir las carnicerías, es realmente shockeante. Se transforma en un villano de temer. Lo que sigue es adrenalina pura con algunos toques elegantes, aunque lamentablemente el guión decide terminar por cercenar un puñado de excelentes ideas sobre el final de la película para darle una conclusión. Pero la idea de que Blade y la hija del clan de los vampiros mantengan una relación amorosa platónica, o bien el concepto de los vampiros organizados como un clan familiar (y una corporación económica) es fascinante. Cuanto más se ve a este film, uno más se da cuenta de todas las ideas que Underworld ha robado de esta saga. Existe una sensación de deja vu al ver a Eli Damaskinos (interpretado por un irreconocible Thomas Kretschmann, el capitán del barco de King Kong y villano de Resident Evil: Apocalipsis) metiéndose en la bañera con sangre y y recordar a Bill Nighy haciendo cosas similares en Underworld.


 Lo que es interesante notar es que el libreto lleva todo el fetichismo del cuero negro de Matrix (y obras similares) al siguiente estamento y a su conclusión lógica. Mientras que usualmente, tanto héroe como villano están vestidos en cuero como un simple aditamento fashion, aquí todo ese fetichismo no es más que la expresión de una cultura sado masoquista subterránea que profesan los protagonistas. Uno podría pensar que las vestimentas del escuadrón de élite de los vampiros raya en lo ridículo (en especial el gigante que se pasea con el hacha) hasta que uno ve la escena de la Casa del Dolor, en donde hordas de vampiros se desenfrenan en una orgía de flagelaciones placenteras (e inofensivas en virtud de su inmortalidad). Es una observación sencillamente brillante.
A mi juicio el film bien se podría haber partido en dos, y esa siguiente secuela posiblemente hubiera resultado superior a Blade: Trinity, si bien la tercera entrega es muy buena en sus propios términos. Lo único que uno lamenta es que estos personajes interesantes sólo están presentes en éste film.

En cuanto a las perfomances, Wesley Snipes sigue radiando carisma. Es curioso notar que ésta es una saga que daba para mucho más que tres entregas, pero posiblemente el divismo desmedido de Snipes haya contribuído a que la historia terminara por reciclarse en una serie de TV que sólo duró 12 episodios (a esta altura Snipes ya estaba dejando de ser primera figura, sacando productos directos a video tal como Steven Seagal o Jean Claude Van Damme). Está el amigo de todos nosotros, Ron Perlman, robando escenas como de costumbre. El mencionado Krestchmann, que parece algo restringido en su papel. Y si hay alguien que desentona es Leonor Varela, que es una actriz muy dura (en todo sentido) y que carece del carisma que exigía el papel. No tiene misterio y actuando es de madera terciada.

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